lunes, enero 30, 2006

Presencia Africana en Chile (2º Parte)

Esos africanos que estuvieron en todo lugar adonde llegó el conquistador español —el ecúmenos del negro al que se refieren los investigadores— y que contribuyeron no poco a cimentar la pobla­ción chilena, formaron los primeros centros de trabajo en las explotaciones mineras y en las faenas agrícolas. Fueron los primeros maestros que el país tuvo en diversos oficios: canteros, carpinteros, sastres, herreros, plateros, zapateros, albañiles, pues a partir del siglo XVI no hubo maestro, de cualquier oficio, que no tuviese a uno o más negros esclavos como ayudantes. Esos oficios los heredaban sus propios hijos, lo cual iba dando nacimiento a los primeros gremios9. Esto es muy importante, porque contrariamente a lo que afirman historiadores como Francisco Encina, no fueron destinados sólo o primordialmente a la servidumbre doméstica. Allí eran las mujeres de origen africano las que ejercían de amas de llave, lavanderas, cocineras, mamas (ayas, nodrizas) de los hijos de los patrones; costureras, constituyendo la verdadera estructura de la casa patricia. Los varones en esta estructura ejercían los cargos de caleseros —el mayor rango—, sirvientes de razón (los más elocuentes, que llevaban razones o recados al vecindario), negritos de alfombra (para llevar la alfombra a la iglesia), despabiladores (para despabilar las velas).

Los esclavos africanos y su descendencia —dice el historiador Rolando Mellafe— no pueden permanecer ignorados por el etnólogo o el antropólogo, aunque no hayan dejado grandes huellas ni proble­mas raciales.

Será tarea de especialistas de diversas disciplinas científicas, historiadores, lingüistas, investigadores del folklore, averiguar las diversas dimensiones de la presencia africana en nuestro país y rescatar la vigente presencia mapuche.

Ya un musicólogo chileno, Pablo Garrido, en su obra Historial de la cueca*, rebate la tesis que da un origen cortesano, "venido de París", a esta danza folklórica chilena. Garrido menciona la "gran cuota africana nuestra", a través de remesas de esclavos llegados a partir del siglo XVI. Dice que éste es un argumento que producirá vivo escozor a quienes sustentan la "pureza racial" de los chilenos. "Va a arder Troya", declaró el investigador en relación a estos antecedentes.

Respecto de la cueca, Garrido indica que nació al asimilarse un baile que llevaron los esclavos negros, dentro de un tráfico que en tiempos de la Colonia partía de Uruguay, atravesaba la cordillera de los Andes y llegaba hasta Quillota —entre Santiago y Valparaíso—, donde existía un "corral de engorda", aprovechando el microclima subtropical de esa zona. Justamente los primeros testimonios que se tienen de la cueca —primitivamente llamada zambaclueca o zamacueca—, corresponden a Quillota, donde incluso se aclimataron frutos africanos.Luego de reanimar allí a los esclavos del penoso viaje desde Uruguay, la "mercadería" humana era trasladada a otros puntos de Chile o, principalmente, al Perú, reseña Pablo Garrido.

Poco antes de darse a conocer los resultados de las investigaciones de este musicólogo, el 18 de septiembre de 1979, Pinochet, en un gesto demagógico, firmó un decreto que oficializó la cueca como baile nacional. Lo cierto es que la cueca es el baile nacional hace más de ciento cincuenta años y nunca esto se había puesto en tela de juicio. También es cierto que durante muchas décadas fue expulsada de los salones elegantes, pero el pueblo nunca dejó de bailarla...

Ante la pregunta, ¿existen descendientes de africanos en Chile? saltan las pruebas aportadas por los investigadores de nuestra historia. Esas pruebas destruyen la seudo-teoría del "linaje blanco" y de la "raza chilena" del general Pinochet. Esta no es sino una adaptación de las teorías de los ideólogos del nazismo, sustentada en los trabajos de los simuladores de la historia de Chile.

Nuestro país fue "descubierto" para el resto del mundo no americano al mismo tiempo por españoles y gente proveniente de África. No es casual que en el famoso cuadro de Pedro Subercaseaux y en los numerosos grabados que ilustran los libros de historia, se vea al africano junto al indio y al español.

El propio Encina se ve obligado a reconocer que "nuestra estructura social contó en el primer momento con tres estratos: el europeo y su descendencia, el aborigen y los negros esclavos".

La presencia africana podría haber sido mayor si se hubiera tomado en cuenta el parecer de Alonso González de Nájera o si el emperador Carlos V hubiera dado el sí a las solicitudes de Pedro de Valdivia. Este conquistador le suplicó reiteradamente le permitiera traer dos mil esclavos negros y tener el monopolio de la trata, tanto para venderlos y obtener provecho, como para laborar las minas y los lavaderos de Chile en gran escala. Su muerte y la de Jerónimo de Alderete frustraron ese proyecto.

La Conquista y la Colonia están impregnadas de esa presencia, tanto en la vida económica, las acciones de guerra, como en los aspectos legislativos.

El mayor miedo de los conquistadores era la alianza entre los negros sublevados y los indios. No hubo medida que no se tomara, aun las más salvajes, para castigar a los negros huidos y dispuestos a luchar por su libertad. Cimarrones, esclavos alzados y organizados para esa lucha, hubo menos en Chile que en otros países. Tal como señala el cronista González de Nájera —llamado "el primer sociólogo chileno" por Rolando Mellafe—: "Siendo los negros naturalmente friolengos, no dejarán el poblado por los desabrigados montes de tierra fría, pues las partes adonde pueden huir o ha de ser la cordillera entre la nieve, o a mayor altura de tierra, partes que son siempre más frías que las que habitan los españoles... f0

Pero es grave error achacar al clima la no prosperidad de los esclavos africanos. El que no prosperaran se debe fundamentalmente a razones de demanda y mercado de mano de obra. Esto no impidió, con todo, que entre 1550 y 1615 hubieran sido traídos tres mil esclavos negros. No fueron razones de carácter humanitario las que impidieron una mayor afluencia de esclavos negros a Chile, sino el permanente estado de guerra con los indios que hacía imposible la introducción de grandes cultivos o la dedicación a grandes explota­ciones mineras. Por otra parte, los españoles, aunque veían a los esclavos africanos como potenciales soldados y auxiliares para la conquista, por sobre todo temían que se aliaran con los indios11.

La esclavitud de los africanos no nos debe hacer olvidar la esclavitud de los indios. El historiador Domingo Amunátegui Solar señala que la esclavitud de los indígenas fue decretada por el rey Felipe III, con fecha 16 de mayo de 1608, y sólo fue derogada el 20 de diciembre de 1674 por la reina Mariana de Austria. Como lo expresa Guillermo Feliú Cruz en el prólogo de La abolición de la esclavitud en Chile: "Según las disposiciones dictadas sufrían este horrible castigo todos los araucanos apresados en la guerra contra los españoles, esto es, todos los indígenas que tomaban las armas para defender su independencia" 12.

Son pocos los escritores que reconocen la presencia africana en la formación del pueblo chileno, que no caen en el "blanquismo". Benjamín Subercaseaux y, en especial, Volodia Teitelboim, en cuyo ensayo "Sobre la formación de los chilenos" (Revista de la UTE, número 10, 1972) hace un completo análisis sobre la composición étnica nacional; también en El pan y las estrellas afirma: “generación tras generación, el que vino del África se integró al crisol común, calladamente o a gritos, pasando con ritmo insensible, paso a paso, a zambo y después a mulato claro, susceptible de mirarse al espejo como descendiente de un Grande de España."

Hay además razones de índole histórica para considerar esa presencia africana. Fue relevante en el primer batallón que se formó para defender la independencia de Chile, núcleo del futuro ejército nacional: el Batallón de los Infantes de la Patria, que se cubrió de gloria en la batalla de Maipo, tuvo su origen en el Batallón de los Pardos. Este batallón estaba formado por doscientos policías africanos y mulatos libres 13.

Más tarde, como los esclavos africanos estaban dispuestos a pagar la libertad con sus vidas, fueron los primeros en acudir, en contra de la voluntad de sus amos, al llamado de José Miguel Carrera. Se trataba de contener la invasión española contra el joven país independiente, comandada por el general Osario. Muchos esclavos se fugaron para incorporarse al Ejército Patriota. Por decreto de 29 de agosto de 1814, la junta encabezada por Carrera creó el Regimiento de Ingenuos de la Patria: "Tal era el título —dice dicho decreto— del brillante cuerpo que van a componer esos miserables esclavos que, con infamia de la naturaleza y oprobio de la humanidad, han llevado hasta aquí el yugo propio de las bestias"14

Este decreto promete la libertad al instante mismo del alistamiento. No por casualidad la palabra "ingenuo" es en este caso un término jurídico que significa: "Que nació libre y no ha perdido su libertad".

Posteriormente, el Ejército Libertador tuvo a sus mejores solda-dos de infantería en negros y mulatos, y es el propio general San Martín quien lo dice. San Martín obtuvo de los cuyanos que cedieran al ejército los dos tercios de sus esclavos. La enajenación no se perfeccionaría sino después de pasar el ejército por la cordillera y de mostrarse capaz de batir al enemigo. Se trataba de un canje de los dos tercios de los esclavos varones que cada cuyano poseía por los beneficios comerciales y políticos que les iba a reportar la libertad de Chile. El número de infantes aumentó por este capitulo en setecientos diez hombres15.

Esta es la verdad. Negros, mulatos y zambos lucharon con pasión por la independencia de Chile, viendo en ella la garantía para su libertad.

Conviene recordar que a la fecha de la dictación del decreto de Carrera, ya existía en Chile la primera ley en pro de la abolición de la esclavitud. Corresponde al ilustre prócer Manuel de Salas la paternidad de esa Ley de la Libertad de Vientres del año 1811. Esa ley fue muy obstaculizada y los patricios, en connivencia con el clero, hacían constar la calidad de esclavos en las partidas de nacimiento.

Un nuevo decreto, del 25 de mayo de 1813, obliga a los párrocos a borrar la nota de esclavos en las partidas, y a omitirla en adelante.

Los amos se niegan a dar la libertad a los esclavos. Carrera promete que "su valor (que será apreciado con exactitud) se pagará progresivamente a los amos, con la mitad del sueldo que en cada mes deben gozar los soldados hasta completar su estimación" 16.

Lo cierto es que prevalece el respeto a la propiedad y los amos no responden a los dictados del Gobierno.

En 1817, el comandante Santiago Bueras —moriría en la batalla de Maipo— pedía al Gobierno que decretara la libertad de todos los esclavos para formar con ellos, como lo había intentando José Miguel Carrera, en 1814, una serie de batallones de infantería. Este proyecto no prosperó porque se chocaba con el problema de indemnizar a los amos con el precio de esos esclavos, considerados como propiedad legal.

El 8 de junio de 1817 se establece en la Constitución provisoria (publicada el 10 de agosto y sancionada el 23 de octubre de 1818, en el título 1, capítulo 1, artículo 12: "Subsistirá en todo rigor la declaración de los vientres libres de los esclavos dada por el Congreso y gozarán de ella todos los de esta clase nacidos desde su promulgación" 17.

Pero los esclavos seguían siendo esclavos, incluso aquellos que se enrolaban en el ejército. No se cumplía el decreto de 1814. Hasta hubo un esclavo que luchó por la libertad de Chile, y como fue obligado a volver con su amo, quiso zafarse de la esclavitud dedicándose al sacerdocio. Tampoco se lo permitieron.

En 1821, el Gobierno fue notificado de que se hablan introducido nuevos esclavos al país en los últimos tiempos''18

El inciso I del artículo 4. y en el articulo 6. de la Constitución sancionada y promulgada el 30 de octubre de 1822, bajo el gobierno de O'Higgins, dice: "Son chilenos todos los nacidos en el territorio de Chile y todos los chilenos son iguales ante la ley sin distinción de rango ni privilegio", por el que quedaba abolida la esclavitud. Pero sólo tuvo vigencia menos de tres meses, ya que el 28 de enero de 1823 caía el Gobierno de O'Higgins19.
Será José Miguel Infante, el valiente defensor de la causa de los esclavos, el que luche por aquello que Manuel de Salas llamaba "el deshonor de la humanidad".

El discurso de Infante en el Senado no se publicó nunca. Se mantuvo deliberadamente oculto. Lo desenterró Feliú Cruz y aparece en la obra citada 20 obra que primero fue editada en una edición muy limitada en 1942. La segunda edición pasó inadvertida porque apareció en septiembre de 1973.

En esa sesión del 23 de junio de 1823, Infante propuso el proyecto de acuerdo de "declarar libres a todos los esclavos existentes en Chile, y a todos los que pisen el territorio nacional", no sin antes denunciar la monstruosa condición a que se hallaban sometidos por los amos. Señala que la ley de 1811 no se cumple "primero, debido a que no inscriben a los hijos de los esclavos, nacidos con posterioridad a ese acuerdo, en los registros parroquiales, testificando, como era de su deber, la calidad de libres de esos individuos, antes bien, insisten en la costumbre de hacerlos figurar como tales, de lo cual se han originado las más serias disputas entre los esclavos, cuyos hijos nacen libertos, y los propietarios". En seguida, Infante expresa:

"La armonía, la tranquilidad, el respeto y la consideración que antes existían entre amos y esclavos se ha roto, por manera de que lo que antes fue paternal protección del señor para con el siervo, es, hoy en día, una tiranía del dueño y una repulsa constante del oprimido a aceptar un imperio basado en el castigo. Los esclavos, esa materia racional, viva, humillada por el despotismo de una ley injusta y la avaricia de unos cuantos hombres, defienden el carácter legal en que nacen sus hijos, como es natural, no alegan por ellos, que están conformes con su miserable estado, pero no pueden ver impacientes que sus mujeres sean conducidas al aborto, estrechadas a alumbrar antes de tiempo, a fin de no conceder la libertad a esos seres, y cuando se resuelven a tolerar el alumbramiento, con dilaciones especiosas, con recursos calculados, impiden dejar constan­cia en los registros parroquiales, de acuerdo con los párrocos, de que ese individuo era civilmente libre."
Pero las denuncias de Infante van mucho más allá y testimonian que los amos no trepidan en nada para impedir la libertad de los esclavos:
"Han sido arrancados de los hogares de sus dueños como cerca de dos mil esclavos y cuatrocientos jóvenes, para ser llevados a lejanos fundos: allí se les ha arrojado en miserables galpones para vivir, atados con cordel para que no puedan fugarse. Algunos han sido marcados a fuego, porque se han rebelado contra una tal ignominia. Las jóvenes esclavas han sido entregadas al ludibrio de los trabajadores de las haciendas, violadas y vejadas, una y mil veces, para hacerlas infecundas por la frecuencia del comercio del acto. Los matrimonios jóvenes han sido separados y no ha bastado ni el llanto ni el dolor, la súplica y la agonía de estas pobres gentes, para merecer el perdón. ¿Es esta conducta la que enseña la caridad cristiana? ¿Es esto obrar de acuerdo con los principios liberales por los cuales hemos luchado? Pero ya se ve, los que así han procedido no han tenido ni principios cristianos ni sentimientos humanos, y de esta manera menos han podido comprender los ideales liberales. Debería yo denunciar a estos hombres en el Senado; pero no lo haré todavía, porque espero se convenzan del crimen que cometen y que aún pueden reparar."

Feliú Cruz señala que "no hizo jamás Infante la denuncia, y acaso fue mejor, pues así salvaba a la moral y a la historia nacional (sic) de una tremenda afrenta. Pero su acusación quedó flotando en el ambiente".(No es malo recordar que los únicos caballeros que acataron la Ley de Libertad de Vientres de 1811 y manumitieron a sus esclavos fueron: Juan Pablo Fretes, canónigo de la catedral de Concepción; Antonio José de Irisarri, José Antonio de Rojas, Santiago Pérez y José Miguel Carrera.) Finalmente, Infante exclamó:

"Son cuatro mil ciudadanos que gimen bajo el peso de una ley bárbara, Son cuatro mil conciencias las que lloran su desgracia. Son cuatro mil víctimas las que piden amparo a los que en nombre del Derecho y la dignidad del individuo hemos hecho la Revolución. No podemos negar la libertad que se nos pide, porque renegaríamos de la causa santa que nos llevó a transformar un régimen político y social que escarnecía nuestro ideal redentor."

No había terminado de hablar Infante cuando se produjeron las protestas de un grupo de caballeros y pordioseros, una claque que hacía demostraciones contra la abolición. Ante estas protestas, Infan­te dijo con serenidad y firmeza: "Los que defienden la esclavitud no son más que asesinos que no pueden matar sino esclavos. No se atreven con un hombre de principios libres".

Se produjo un silencio y el prócer manifestó: "Después de muerto no querría otra recomendación para la posteridad ni otro epitafio sobre la lápida de mi sepulcro. que el que se me llamase «autor de la moción sobre la libertad de los esclavos".

La ley fue aprobada por unanimidad. Pero después vinieron las protestas, las maquinaciones, la defensa de la "propiedad de los esclavos", la exigencia de indemnizaciones. El jefe de Gobierno, general Freire, representa una política marcadamente colonial y era secundado por su ministro Mariano Egaña. Como señala Feliú Cruz: "Egaña no creía en la democracia y prefería que las masas siguieran viendo en el poder, generado en un grupo o casta, lo intangible, lo absoluto, lo impersonal, casi lo divino de ese atributo".

El Gobierno usó todos los subterfugios imaginables para impedir la aplicación de la ley. Llegó a vetada. Egaña consideraba que tal ley "atentaba contra el derecho de propiedad" y era "un atropello, un despojo violento, la coacción de un derecho". Insistió en la indemni­zación, aun a costa del erario nacional o por suscripción pública. El Senado se mantuvo firme. Los esclavistas usaron toda clase de triquiñuelas. Llegaron a presentar al Senado un documento "firmado" por doscientos esclavos que solicitaban seguir siéndolo. En tal documento no aparecen las mentadas firmas. Los patricios recurren entonces a las madres de familia que hacen una presentación para que se abrogue la libertad de los esclavos, con tal insolencia que el Senado la devuelve "porque falta el decoro debido a las autoridades". (Esa movilización de las madres patricias es el más claro precedente de la marcha de las cacerolas y de las acciones contra los militares consti­tucionalistas en el período de la Unidad Popular.) En cambio, el director supremo y su ministro Egaña hallan esa presentación "demasiado fundada".

A todo esto, la noticia vuela allende los Andes y los esclavos de Mendoza comienzan a huir a Chile con la esperanza de conseguir la ansiada libertad.

La lucha continúa hasta que el 29 de diciembre de 1823 se promulga la Constitución Moralista de Juan Egaña, padre de Mariano, en la que se reconoce sin ninguna clase de trabas la libertad absoluta de los esclavos.
Esta intensa lucha ha sido minimizada y hay historiadores como Francisco Encina que no trepidan en afirmar que la esclavitud fue desapareciendo en Chile sin trastornos de ninguna especie, que los esclavos siguieron integrando la servidumbre doméstica, acostum­brados a sus antiguos amos, y que los hombres de estado de cargar armas se enrolaron en el ejército, como cualquier ciudadano común y corriente, en circunstancias que se enrolaban para defender a la república que les daba la libertad.

Pero la real situación de los esclavos de origen africano no debe hacernos olvidar la influencia africana en la formación de nuestra población. Según Feliú Cruz,

"en 1810, el número de negros y mulatos existentes en Chile podía calcularse, basándose en las mejores informaciones, en diez o doce mil individuos de ambos sexos. Los mulatos o zambos, engendrados por la unión de los negros con las mujeres blancas o indias, o al revés, llamados ordinariamente pardos, excedían a la raza africana. Los genuinamente negros eran muy poco abundantes en Chile. En Concepción, por ejemplo, casi no existían y se encontraban repartidos a lo largo del país, en forma por demás arbitraria. De estos diez o doce mil individuos, entre negros y pardos, la mitad, más o menos, eran esclavos".

Conviene retroceder un poco para tener una idea más clara de cómo se fue formando la población chilena y cuál fue la incidencia que en ella tuvieron africanos e indígenas. Rolando Mellafe, en su obra ya citada, se refiere a las poblaciones flotantes sin leyes ni estructuras estatales que no fueron incluso nunca tomadas en cuenta en el empadronamiento de la población efectuado en Indias, es decir, no eran considerados súbditos españoles. Se refiere a un sector social llamado vagabundaje o chusma que escapa al control estatal y que se formó tempranamente en las grandes ciudades obligando a los cabildos a hacer los primeros empadronamientos de población.

"Las ordenanzas y reales cédulas —dice Mellafe— comenzaron a referirse a ese sector llamándolo indios, negros, mulatos y zambos libres". Era una "masa incontrolable que continuamente se des-prendía de las encomiendas, a la que se agregaban negros horros (libertos), mestizos de color, mestizos criollos y aun españoles". "Se agruparon en las ciudades principales formando barrios populares: La 011eria y La Chimba en Santiago, alrededor de los fuertes, en los asientos nuevos, formando rancheríos en las más grandes haciendas y caletas. en los puertos de algún movimiento importante. Siguió a los ejércitos y se incluyó automáticamente en todas las empresas impor­tantes, políticas o económicas de la Colonia. No era, pues, un peso muerto en la sociedad colonial y el hombre de empresa de la época, fuese o no encomendero, recurría a ella para sacar una buena parte de la mano de obra que necesitaba, cuestión de la que ha quedado constancia en un tipo de documento que se llamó asiento de trabajo" 21.

Calcular esa población es muy difícil. Mellafe señala que ha habido descuido en el estudio de la demografía histórica. Se siguen repitiendo errores. Uno de ellos es confundir la denominación de vecinos con la de habitantes.

En este proceso de formación de la población chilena hay que tener en cuenta la disminución creciente de la población aborigen. Se calcula que en 1540 era de un millón o un millón y medio. En 1620 —ochenta años después— había sido reducida a menos de la mitad y quedaban cuatrocientos ochenta mil indios, por la guerra, los despo­jos, la contaminación de pestes importadas —sarampión, tabardillo, viruela—, por los trasplantes masivos de población22. Trasplantes compulsivos: de Arauco a las minas del norte. Por las migraciones a través de contratos y asientos de trabajo. A esto se agregan los grupos que fueron embarcados como esclavos al Perú.

El cruzamiento de africanos e indígenas se fue produciendo, pese a todos los obstáculos puestos por los españoles. Mellafe dice que "los indígenas no podían aceptar en un comienzo a individuos de carac­teres raciales tan diferentes como los negros, pero una vez efectuado el cruzamiento, los negros pasan a ser parientes étnicos próximos a través de los zambos y mulatos, que por circunstancias sociales de nacimiento y convivencia llegan a tener los mismos patrones culturales" 23.

Hemos conocido el temor que los conquistadores tenían de la alianza entre africanos e indígenas. No pudieron evitar algunos víncu­los de ese tipo. El propio Mellafe advierte que ya en los últimos años del siglo XVI, el ejército indígena rebelde se había enriquecido con un creciente número de individuos de color y aun de mestizos y españoles puros.

Esto alarmaba a la Corona y trataba de impedirlo. Por el año 1605 podían calcularse en cincuenta los mestizos y españoles que militaban entre los sublevados24.

El único testimonio que conocemos de la realidad de esa pobla­ción de mestizos, mulatos y negros, que es la amplia población chilena, lo da Manuel de Salas (1753-1841), profundo conocedor de las condiciones de vida de los obreros, artesanos, peones de hacienda. de esos bajos estratos de la sociedad chilena que poblaban las ciudades y aldeas.
Dice Manuel de Salas:
"Nada es más común que ver en los mismos campos que acaban de producir pingües cosechas, extendidos para pedir de limosna el pan, los mismos brazos que las recogieran. Y tal vez en el mismo lugar en que acaba de venderse a ínfimo precio la fanega de trigo. Quien a primera vista nota esta contradicción, desata luego el enigma, concluyendo que la causa es la innata desidia que se ha creído carácter de los indios, y que ha contaminado a todos los nacidos en el continente, aumentada y fomenta-da por la abundancia. O, más indulgentes, buscando causas ocultas y misteriosas, lo atribuyen al clima; pero ninguno se toma el trabajo de analizar, ni se abate a buscar razones más sencillas y verosímiles. La flojedad y molicie que se atribuyen a estos pueblos es un error que se ha palpado muchas veces y que he hecho observar a hombres despreocupa-dos. Todos los días se ven en las plazas y calles jornaleros robustos ofreciendo sus servicios malbaratados, a cambio de especies, muchas inútiles y avaluadas a precios altos. Se ven amanecer a las puertas de las casas de campo mendigando ocupación y sus dueños en la triste necesidad de despedirlos. Soy continuo espectador de esto mismo en las obras públicas de la capital, en que se presentan enjambres de infelices a solicitar trabajo, rogando que se les admita, y con tal eficacia que por no aumentar su miseria con la repulsa, o hacerlo con decencia, les propuse por jornal en el invierno, un real de plata, y la mitad a los niños, siendo el ínfimo uno y medio real, que sirve por grados en otros trabajos hasta el doble. Concurre así cuanta gente admiten los feudos, sin que jamás haya dejado una obra o labor por falta de brazos. Apenas se me anuncia alguna cuando ocurren por centenares. Las cosechas de trigo, que necesitan a un tiempo de muchos jornaleros, se hacen oportunamente a pesar de su abundancia. Las vendimias que requieren más operarios que las de España, por el distinto beneficio que se da al vino, se hacen todas en unos mismos días con sólo hombres. Las minas, que ofrecen un trabajo duro, sobran quienes lo deseen. Conque no es la desidia la que domina: es la falta de ocupación lo que los hace desidiosos por necesidad: a algunos, la mayor parte del año que cesan los trabajos, a otros el más tiempo de su vida que no lo hallan."
Este elocuente testimonio, citado por Feliú Cruz en la obra ya mencionada, no parece que hubiera sido escrito hace casi doscientos años.
Más adelante, Manuel de Salas añade:

"Esta falta de objetos en qué emplear el tiempo hace más común el funesto caso de los medios de sofocar la razón, de suspender el peso de una existencia triste y lánguida, de aquellos brebajes con que los infelices, a pretexto de aliviar sus aflicciones, parece que buscan un remedio para abreviar la vida. Entregados así, expuestos a la intemperie de un clima seco, acortan así su vida tan comúnmente que el que ha escapado a los riesgos consiguientes a tal abandono, rara vez llega a la vejez, de modo que no hay un país en el mundo donde haya menos ancianos. A esto se sigue el celibatismo; pues ase como el hombre luego que tiene una ocupación subsistente, su primer deseo es llenar las atenciones de la naturaleza, casándose, cuando no la tiene, detesta una carga que no ha de poder llevar, y que lo hará autor de seres precisamente miserables, que serán como sus padres, vagos, sin hogar ni domicilio, ni más bienes ordinari-mente que los que apenas cubren su desnudez."25

Dramático cuadro que adquiere connotaciones actuales... Sólo que corresponde a la "Representación hecha al ministro de Hacienda Diego de Gardoqui, por el sindico del Real Consulado de Santiago, sobre el estado de la agricultura, industria y comercio del Reino de Chile", el 10 de enero de 1786.

Al dar a conocer estos datos sucintos de la influencia africana en la composición de la población chilena, con todas las implicancias discriminatorias de las clases dominantes, sumadas al esfuerzo por borrar toda huella de esa presencia y, lo más grave, por intentar desesperadamente la fundamentación de una teoría sobre la aparición de una raza "especial", "blanca" y "chilena", no sólo pretendemos rescatar la verdad histórica. Lo fundamental es combatir ese objetivo que tiende a hacernos perder por completo nuestra propia identidad. Sin la conciencia de esa identidad es imposible respetarnos y respetar los aportes que nos legaron nuestros antepasados —europeos, indí­genas y africanos—, lo cual nos impide proyectarnos con seguridad al futuroHay algo más en ese objetivo: continuar esgrimiendo la noción de un Chile-isla, un Chile de "raza blanca y chilena" que no comparte el destino común de los pueblos americanos. Chile es parte de América y del mundo. Sus habitantes son de "la especie de los seres humanos", al decir del gran pintor Roberto Sebastián Matta, quien acuñó el término "latino-africano" para referirse a nuestro continente.

1 comentario:

Santiago Illapa dijo...

Qué buen blog!!!

Soy un ignorante en el tema. hace unos años leí el libro de Peri Fagerstrom y ese sería todo mi acercamiento con la presencia africana en Chile.

Felicitaciones.